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La fiesta y la preservación. La identidad cultural (página 2)



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El principio de identidad, a
su vez, se formula diciendo que todo objeto es
idéntico a sí mismo;
lo cual puede expresarse
también con la fórmula: A=A. Podría decirse
que en rigor, este principio no pertenece a la lógica
sino más bien a la ontología, es decir, a la metafísica; ya que, en realidad, no se
refiere a pensamientos, sino más bien a objetos. Sin
embargo, se coloca también entre los principios
lógicos, porque es precisamente el que tiende los hilos
entre la lógica y la ontología; mostrando que en
definitiva, al examinar los principios de pensamiento,
en último análisis nos encontramos con principios del
ser.

Siguiendo a Hessen, podemos afirmar que, los principios
del pensamiento, son principios sui generis; que no tienen el
principio de los objetos; pero finalmente remiten a principios de
los objetos[2]Desde éste punto de vista,
aplicado a los objetos culturales, permite aterrizar en un
concepto de
suma importancia como es el de su identidad en relación
con el concepto para el cual adquiere sentido como objeto
significado y referente que aglutina.

¿Qué es identidad
cultural?

En el campo cultural, se habla y se especula mucho en
torno a lo que
es, lo que debe ser o lo que no debe ser la identidad cultural.
Pero muy poca es la luz que la
mayoría de las veces, estas disertaciones aportan para
hacer claridad en torno al sentido íntimo y radical de lo
que realmente representa la identidad cultural para cualquier
sociedad o
comunidad
humana. Y cuando hablamos de comunidad humana, hacemos la
salvedad de que la cultura es un
fenómeno estricta o exclusivamente humano, solo el hombre es
un ser cultural, creador de cultura o con capacidad de darle
sentido y valor a los
objetos, situaciones o hechos que en conjunto constituyen el ser
de la cultura.

En matemáticas y ciencias
exactas se aplica el concepto, como identidad abstraída
del desarrollo de
las cosas, es decir, como una necesidad de su forma de desarrollo
cognitivo, así por ejemplo, se habla de la identidad o
igualdad entre
dos expresiones algebraicas (A es A, o A = A), la cual es
verificable a partir de los valores
que tomen las variables en
la fórmula, a partir de un conjunto de reeplazamiento. En
lógica, por su parte, se emplea el Principio de
Identidad
[3]como principio fundamental de la
coherencia o razón de ser del pensamiento, de un conocimiento o
una proposición, según este principio, algo no
puede ser a la vez su negativa,
es decir, algo no puede ser
y no ser al mismo tiempo.

Pero en la realidad material y social de la cultura
cotidiana, no se puede aplicar con precisión el Principio
de Identidad, ya que las tautologías lógicas y
matemáticas, no son isomórficas a las realidades de
la vida concreta. La misma identificación de los
objetos y personas exige de su previa diferenciación, lo
cual implica una vinculación indisoluble de la identidad a
la diferencia, y por tanto, su carácter relativo.
En consecuencia, la
identidad cultural, adquiere lógica y sentido, solamente a
partir de la diferenciación, que mediante
comparación, se haga con otras culturas, a partir de lo
cual se percibe su ser-en-sí.

Se asume igualmente que toda identidad es relativa,
transitoria y temporal, incluidas las identidades lógico
matemáticas; mientras que su desarrollo, su cambio, es
absoluto y esto se pone particularmente de presente al abordar un
análisis de la identidad cultural, fenómeno que
permanece en un continuo hacerse y deshacerse, como el
río, el mar, o el árbol, como en el eterno fluir de
Heráclito.

La identidad se debe entender ante todo, como un
proceso
psíquico por medio del cual una persona que se
siente emotivamente vinculada a otra, a una determinada
situación, realidad o proceso, asimila algunas
características de estos y las incorpora como parte
esencial de su ser y su personalidad.
En este sentido, se asume que la identidad cultural es ante todo,
vivencia y sentimiento profundo del ser humano, que se va
forjando en contacto vital con un conjunto de objetos, persona,
valores,
comportamientos y costumbres, que con el tiempo conforman un
ethos, un modo de ser y de actuar, que le es propio,
privativo y que caracteriza y define individual y socialmente a
las personas en sus comportamientos, conductas, valores y
visión del mundo, frente a los miembros de otros entornos
culturales (diferenciación por comparación) y se
expresa o manifiesta en diferentes niveles, endógena y
exógenamente, según el grado de desarrollo que la
sociedad haya alcanzado.

La Conferencia
Mundial sobre Políticas
Culturales, auspiciada por la UNESCO, reunida en Ciudad de
México en
1982, al referirse a este aspecto, señala que "La
identidad cultural de una sociedad, puede ser inicialmente
captada, tanto desde el exterior como del interior de la misma, a
través de la historia, por el conjunto de
obras que la explican".

Sin embargo, más allá de las
manifestaciones tangibles que pueda generar y portar una
determinada sociedad, "La identidad cultural es ante
todo el conjunto de sentimientos que experimentan los miembros de
una colectividad que se reconoce en su cultura".
En este
sentido, la identidad se entiende como
auto-reconocimiento.

Esto señaló el Instituto Colombiano de
Cultura, Colcultura, en el documento "Para un Mundo
Posible
[4]Esto implica que la identidad es
ante todo vivencia, sentimiento permanente de presencia asumida
de algo a lo cual se pertenece o de lo cual se hace parte y que
se convierte en memoria, conciencia
colectiva de una sociedad, pues antes que disolverse, como ocurre
con muchos otros sentimientos, su desaparición lleva con
sigo el signo contrario, la sedimentación y casi
petrificación, en cuanto se convierte en paradigma de
sustentación de todo lo demás, en conjunto de
vivencias y sensaciones que se transforman en conciencia, y es
una conciencia que marca a quienes
son cobijados bajo el peso y la sombre de su influencia
formativa, por eso hemos afirmado en otras oportunidades, que
Identidad es aquello que nos queda cuando todo lo ajeno
desaparece
.

Pero la identidad cultural, además de vivencia
interiorizada que se vuelve consciencia, es un conjunto de
sentimientos arraigados en el ser humano, que se van forjando en
contacto con un entorno, del cual hacen parte y se superponen en
el espacio y en el tiempo, personas, objetos, valores
relaciones, paisaje, comportamientos, raíces, historia,
costumbres, cotidianidad, cosmovisión, conocimientos y
tradición
. Elementos estos, que por un proceso
cuantitativo acumulado de contactos vivenciales permanentes y
sostenidos, se va des-realizando o des-objetivando e idealizando,
transformándose en imagen que se
interioriza como representación, perfil, vivencia,
memoria, conciencia, logos, discurso.
Teniendo en cuenta que todo hecho humano, tiene una
significación especial en cuanto es respuesta (individual)
del sujeto a las situaciones cotidianas que le ocurren, pero que
están ligadas a la consciencia colectiva (del grupo o
clase
social).

Por ende, teniendo en cuenta que existe una estrecha
correlación entre las estructuras
mentales de la vida social y las creaciones individuales que le
dan estructura a
los patrones culturales aceptados por el colectivo para organizar
su entorno, la consciencia de grupo y el universo
imaginario que se crea en esa estrecha correlación entre
lo individual y lo social, permite comprender lo señalado
por el referido documento de Colcultura, en el sentido de que
"La identidad cultural es el lugar en que se vive la cultura
como subjetividad, y en donde la colectividad se piensa como
sujeto".

En la identidad cultural, el individuo
-como hombre
singular que se identifica en una relación
simbiótica con su contexto-, se constituye en reflejo del
todo, debido a la unidad genérica que conserva, con
él, que a su vez solo obtiene sentido en la medida que sus
singularidades se identifiquen con él. De ahí que,
en donde cada miembro del agregado social, constituye una
identidad atomizada o dispersa, pues solo se identifica consigo
mismo, no se puede hablar de colectivo con identidad.

La identidad se construye como un quehacer social, que
resulta de la permanente interacción del grupo con el entorno, para
satisfacer necesidades fundamentales y construirse como colectivo
social. Este modo de actuar va generando un decantado
histórico, tanto material como espiritual, que es
determinante del ethos social, en la medida que se asimila, se
interioriza, se vive y se comparte con otros, como elemento de
mediación en las relaciones sociales. Este proceso de
creación colectiva tiene como características, el
ser un hecho inconsciente o no expresamente intencional;
además, es anónimo, en la medida que los aportes
individuales de interés
para el colectivo, son asimilados rápidamente por el grupo
y pierden la referencia de su singularidad original, para
constituirse en apropiación y patrimonio
social; dando como resultado un acumulado histórico
colectivo, que como sedimento o decantado histórico, se
transforma en memoria social que vincula a todos los miembros del
grupo y genera lazos de identidad, a través sentimientos
básicos de cohesión, pertenencia y arraigo en
relación con los patrones y valores colectivo. Pero no es
un proceso acabado, definitivo; sino en permanente construcción y
de-construcción.

Así entendida, la identidad resulta ser una
mediación histórica bi-dimensional -material y
espiritual- inacabada que no cesa de hacerse y deshacerse; es
dialéctica, se presencializa y se forja en el conflicto
entre lo novedoso y lo permanente, entre lo estable o durable y
lo cambiante.

Metáforas que se asocian al concepto de identidad
cultural, son el árbol centenario de cualquier plaza
pública: está allí hace muchas
décadas, ha cambiado su follaje cada otoño, sus
ramas han cambiado; no se conserva idéntico a hace veinte
años, aunque es el mismo árbol de hace veinte
años, referente físico, social, de encuentros,
recuerdos y memorias de
los habitantes del pueblo. El árbol ha cambiado, pero se
mantiene él mismo. Igual sucede con la bahía o el
puerto de cualquier ciudad, es el mismo puerto con el mismo mar
de siempre, pero diferente, siempre está cambiando. Y
qué decir de las personas, siempre las mismas, con unos
rasgos biológicos, genéticos, psicológicos y
señales
particulares propias, pero siempre cambiando. Igual sucede con la
identidad cultural, siempre la misma, con sus elementos tangibles
e intangibles, valores, fundamentos e imaginarios, pero siempre
cambiante, aunque lo esencial permanezca.

Por ser ante todo una dimensión
psicológica, la identidad, brota y se mantiene por la
sinceridad y autenticidad de las personas que, aunque lleguen a
adquirir una información, un conocimiento, una educación y una
vivencia experiencial que le abre el horizonte de valores
universales o de otras culturas, siguen manteniendo como algo
sólido, los basamentos de su cultura de origen,
esforzándose para no perderlos, a pesar de la
tensión y el conflicto que representa el hecho de la
descontextualización o el encontrarse fuera del hecho
siempre naciente de la cultura de referencia y encontrarse en
cambio, asediado por los valores de una cultura receptora que le
es extraña, y como tal, le convierte en "extranjero". O
también cuando puesta en escena, la cultura propia debe
compartir desempeño con manifestaciones de otras
referencias que pueden ser maquilladas mediáticamente y
ofertadas como sucedáneas de los valores propios, que son
relegados o aplazados; especialmente en una sociedad de consumo, en
donde los medios y la
publicidad
ejercen una función
devastadora sobre las culturas locales, consideradas
exóticas.

Este hecho muestra la
necesidad de que los pueblos y los grupos
sociales dispongan de mecanismos propios para exaltar y
enaltecer los valores propios de su identidad y su cultura, cuya
base es la memoria
patrimonial del colectivo social, todo lo cual debe ser
preservado con cautela por los miembros del colectivo en donde el
grupo se sienta reflejado en el producto de su
quehacer histórico.

Los pueblos que pierden la memoria, quedan condenados a
repetir el eterno retorno de sus propios fantasmas.
Pero la memoria, como patrimonio social de los pueblos, para su
preservación necesita de líderes privilegiados,
dotados por la naturaleza con
dones especiales de liderazgo,
imaginación y creatividad,
cuya iniciativa creadora jalone los derroteros de la identidad y
la memoria. Afortunados los pueblos que cuentan con personajes
así; ellos son el soporte para que su existir ingrese y
permanezca en el escenario de la posteridad.

La preservación de la identidad requiere
además, la creación de escenarios de
representación, en donde la memoria patrimonial se coloque
y exalte, como referente estimulador de su propia valía, y
que el colectivo la disfrute encontrando en ella un mundo de
significaciones valiosas, que lo vinculan, cohesionan y
comprometen, por el valor que en sí mismo contienen y
representan.

La fiesta en la
historia

Entre esos escenarios, las celebraciones, los ritos, los
festejos, las fiestas y festivales, constituyen ejemplos dignos
de mención, porque son contextos en donde la
expresión cultural se manifiesta en una diversidad de
expresiones que permiten apreciarla en toda su dimensionalidad y
riqueza expresiva. Pero al mismo tiempo, los ritos y las fiestas
cumplen una función social de vital importancia, como
fuerza de
cohesión de los elementos propios de la comunidad o del
grupo social, dentro del cual, cada quien cumple un rol
determinante para los otros.

En uno de los diálogos de El principito,
la inmortal obra de Antoine de Saint-Exupéry, la zorra le
habla al Principito de la importancia que tienen los ritos para
quienes hacen parte de un determinado contexto. Para hacerse
entender, habla desde su propia experiencia, contándole
que los cazadores del pueblo celebran una fiesta todos los
jueves, durante la cual se concentran y olvidan de cualquier otro
tipo de actividad; pero esta circunstancia es la que le permite a
ella salir a comer gallinas sin el temor de ser cazada. Si no
existiera ese rito de los cazadores, ella se vería en
apuros para alimentarse, pues no podría cazar gallinas los
jueves.

La fiesta, asumida como el conjunto de actos y
diversiones que se organizan para el regocijo público,
teniendo algún motivo o un acontecimiento especial y como
cualquier otra circunstancia en donde la cultura es puesta en
escena, debe ser entendida como un gran espacio de
interacción social, en donde tiene lugar el comportamiento
de comunicación global de un colectivo de
sujetos relacionados entre sí. Como toda forma y
convención de interacción social, las fiestas
están marcadas por la cultura y la historia, y en
consecuencia, sujetas a un cambio permanente. Son
básicamente la expresión del grado de
diferenciación del statu quo social, pero
también una ocasión para su
modificación.

En la interacción social, particularmente en la
propiciada por el ambiente
festivo, los individuos se influyen mutuamente y adaptan su
comportamiento frente a los demás. Cada individuo va
forjando su identidad específica en la interacción
con los demás miembros de la sociedad en la que tiene que
acreditarse y la fiesta conforma un escenario propicio para las
interacciones. Pero también, la fiesta es el escenario
más propicio para la socialización de mecanismos e instituciones
culturales, a través de la danza, por
ejemplo, el baile, los rituales, el juego y otras
formas culturales de interacción y para enriquecer los
valores propios de la identidad, mediante la agregación de
elementos accesorios que no afecten su naturaleza y esencia, pero
la acrecientan.

El origen ritual de las fiestas primitivas, está
asociado a la conformación de escenarios en donde el
hombre buscaba expresar su identificación con el medio y
lo trascendente, por eso tienen un sentido inicialmente
religioso. Cuando el homo sapiens, descubrió su
capacidad de imitar los sonidos de la naturaleza
diferenciándolos de los que constituían la
estructura de su lenguaje, dio
origen a la música, al homo
musicus,
con el cual "comenzaron a perfilarse las
primeras expresiones musicales asociadas a un hecho
colectivo
: rituales funerarios, cacerías y
ceremonias vinculadas a la fertilidad formaban parte de una
cotidianidad de la que la música había entrado a
formar parte por derecho propio
[5]La
música entra a hacer parte esencial de la fiesta, desde el
momento en que el hombre concibe el cielo como una gran
bóveda, en la cual los sonidos resuenan en todo su
territorio, como una forma de comunicación con realidades
trascendentes y la música entra a ser elemento fundamental
de rituales festivos.

El origen religioso de la fiesta, parece ser algo
indiscutible, pues siempre se ha visto esta tendencia social,
como una actitud del
hombre a responder a los dioses y agradecer sus bendiciones, lo
cual es explicado por Fustel de Coulanges, diciendo que "en
todo tiempo y en todas las sociedades, el
hombre ha querido honrar a sus dioses con fiestas, y ha
establecido que habría días durante los cuales el
sentimiento religioso reinaría sólo en su alma, sin ser
distraído por los pensamientos y labores terrestres. En el
número de días que ha de vivir ha reservado una
parte a los dioses[6]

Las ciudades antiguas se fundan conforme a unos ritos,
que en el pensamiento de los fundadores buscan mantener en su
interior a los dioses nacionales. Los rituales de
fundación debían renovarse cada año; se
hacía mediante las fiestas del día natal, que todos
los ciudadanos debían celebrar. Igual ocurría con
los nacimientos de las personas, que originaron los natalicios,
junto con otros sucesos importantes para el grupo social, que
fueron considerados dignos de celebrar. Los natalicios, surgen
del nombre de una fiesta originalmente celebrada en Roma el 21 de
abril, con el nombre de la parilia, que posteriormente
pasó a llamarse Natalis Romae y que no era otra
cosa que el aniversario de fundación o natalicio de la
ciudad.

Así, para los antiguos todo lo sagrado era
pretexto para una fiesta. Existía la fiesta interna de la
ciudad denominada amburbalia; mientras que la de los
límites
se llamaba ambarvalia. Las celebraciones
consistían en rituales, que se expresaban mediante
procesiones en las cuales la persona ocupaba un lugar
según su posición social; el vestuario que se
lucía y su parafernalia, eran especiales para la
ocasión; igual los cantos y la música. Los ritos
concluían con los sacrificios de quienes se inmolaban al
concluir la ceremonia.

La fiesta de los fundadores de las ciudades
también exigía mucho culto con ritos y ceremonias,
especialmente si ellos también eran los protectores de la
ciudad. De tal modo que calendarios como el romano, estaban
cargados de festividades y ceremonias en honor a los diferentes
dioses, las cuales implicaban actos curiosos. Un ejemplo fueron
las lupercales, celebradas en febrero con el sacrificio de un
perro y una cabra a continuación de lo cual se realizaba
una carrera de jóvenes; igualmente fueron notables las
fiestas de Rómulo, Servio Tulio y otros notables en Roma;
así como las de Cécrops, Erecteo y Teseo en Atenas,
en donde además se veneraban a otros héroes del
país, como Euristeo y Andrageo.

Pero los dioses mayores eran honrados con fiestas
especiales, como las bacanales romanas o fiestas
báquicas, en honor de Baco, el equivalente romano de
Dionisos[7]dios del vino y de la embriaguez
extática; También celebraban las saturnales, en
honor de Saturno, el dios de la agricultura. A
su vez, en Grecia fueron
notables las dionisiacas, fiestas celebradas en honor a
Dionisos, la versión griega de Baco y a partir de la
fiesta de Olimpia[8]que se vuelve una fecha
común para toda Grecia -casi una fiesta nacional- nacen
las olimpíadas. Desde entonces y como ahora, las
fiestas se realizaban en medio del bullicio, la danza desordenada
y la música estrepitosa y nunca faltaban actividades
accesorias como la iluminación nocturna con velas y antorchas,
la celebración de banquetes y bebidas, juegos de
lotería y azar, intercambios de regalos, disfraces y
mascaradas.

Por otro lado, hay que destacar que durante muchas de
estas fiestas, como en las saturnales, los esclavos, los esclavos
gozaban de gran libertad,
mientras sus amos se reunían con sus amigos a disfrutar en
los banquetes, ocasión que ellos aprovechaban para dar
rienda suelta a una creatividad y expresividad reprimidas, dentro
de la cual estaba la dramatización satírica de la
vida de sus amos, lo cual era permitido por el ambiente de
fiesta.

Mientras esto ocurría en las ciudades, en el
campo a su vez, en Roma y Grecia -cunas de la civilización
occidental-, se celebraban las fiestas del trabajo, de la
siembra, de la floración, de la vendimia; todas las cuales
estaban asociadas a rituales y sacrificios que se ejecutaban
acompañados de cantos o himnos sagrados y danzas. Las
prescripciones eran dadas por la religión
oficial.

Las ciudades todas, tenían fiestas dedicadas a
las divinidades que habían adoptado como protectoras y en
la medida que el culto era introducido, se le dedicaba un
día del año, en el cual estaba prohibido trabajar,
con el fin de que cada ciudadano dedicara su tiempo a la
actividad del culto merecido por el dios tutelar o protector, con
la obligación adicional de estar alegres, emplear el
canto, la danza y los juegos en público.

De esa manera, la fiesta primitiva va incorporando a la
celebración religiosa, los elementos culturales de la
lúdica y la recreación
cotidiana, dándoles a la fiesta un sentido social,
participativo y alegre, en la medida que exige hacer todo en
público y abre la opción de la participación
de todos con entusiasmo que en muchos casos llega al
paroxismo.

Ésta costumbre, como se puede observar, fue
heredada por el catolicismo, que estableció al menos un
ícono religioso de su santoral, como patrono de las
parroquias o pueblos fundados en su área de influencia,
dando origen al llamado calendario, que en un principio no era
más que la sucesión de las fiestas religiosas, tal
como fue establecido por el clero. Y pasó mucho tiempo
antes de que fuera puesto por escrito, pues en un principio, el
pontífice, luego de ofrecer un sacrificio, convocaba al
pueblo y luego anunciaba las fiestas que debían observarse
durante el mes; la calatio, que era el nombre de esta
convocatoria, dio origen al término calendas, que
se daba al día festivo y de aquí surgió
calendario, como elenco de todas las fiestas. Pero al principio
no había un calendario universal, sino uno para cada
ciudad.

El calendario católico ya no está regido
por el ciclo de la luna y del sol y solo es regulado por leyes religiosas
únicamente conocidas por sacerdotes; lo cual llevaba
muchas veces a abreviar el año o a veces a alargarlo,
según las necesidades. Los cristianos celebran y expresan
su fe mediante ceremonias y ritos, como los sacramentos, que son
representaciones simbólicas de los mensajes divinos, que
los fieles celebran en diversos momentos de su vida; igualmente
celebran en su calendario, como sucesos religiosos, los
acontecimientos más destacados de la vida de Jesús
y en un principio se pretende que la celebración religiosa
tenga carácter incontaminado con prácticas profanas
de origen pagano.

Fiesta e
identidad cultural

A pesar de los esfuerzos iniciales de la
jerarquía católica, los actos de celebración
de la fiesta empezaron a combinar elementos religiosos con
elementos profanos, como la lúdica, la danza, la
música, el teatro, la
bromatología y otros elementos propios de la cultura
local, que con el tiempo entraron a restar espacio e importancia
a los elementos religiosos, dando origen a las fiestas puramente
profanas.

Con la fiesta profana aparece también el
festival, que significa fiesta valiosa o fiesta grande (de:
Festis y valere), mediante el cual se busca
exaltar una expresión, generalmente creativa, artesanal,
folclórica o artística de un medio o un sector de
creadores, especialmente de artistas (cine, danza,
teatro, música, cuento,
poesía,
etc.) y en general de aspectos de la cultura local o regional,
del folclor y la identidad cultural de una región o
país.

La fiesta o el festival, entran dentro de la cultura
contemporánea y postmoderna como espacios de
consolidación y referentes de afirmación y
proyección de identidad cultural, que permiten a las
comunidades locales y regionales, poner en escena su acumulado
patrimonial o lo más destacado de sus creaciones,
tangibles e intangibles, con el fin de compartirlo y
fortalecerlo, en la medida en que la valoración de sus
elementos, hecha extraños a quienes se les ofrece en los
distintos espacios y escenarios festivos; y la oportunidad de
comparar los valores propios con los foráneos, permite
hacer de los valores de la cultura propia, un referente de
relaciones interculturales, en las cuales cada quien afirma lo
propio para ofrecerlo al interlocutor y retroalimentarlo,
fortaleciéndolo.

El reconocimiento y afirmación de las culturas
locales y regionales por medio de los diferentes escenarios
festivos y el fortalecimiento de la capacidad de gestión
de sus líderes, promotores, gestores, administradores y
difusores culturales; así como el apoyo sostenible a las
propuestas creativas de los productores culturales, tendientes a
generar la consolidación de los diferentes núcleos
humanos locales y regionales, se constituye para éstos en
una alternativa de supervivencia, frente a las amenazas
representadas por la avalancha de propuestas globalizantes
impulsadas por una cultura trasnacional dominante, que busca
borrar todo asomo de diferenciación, como mecanismo
facilitador de la dominación y el sometimiento y propiciar
de esa manera el emparejamiento de gustos, prácticas,
hábitos y consumos, que generen mayores dividendos a las
industrias
culturales.

El intercambio que se da en los diálogos
interculturales propiciados por la fiesta, posibilitan consolidar
la identidad de los pueblos, en la medida que, por el
auto-reconocimiento, los grupos sociales
encuentran el camino propicio para afirmarse en lo que son y
marcar diferencia con lo que no son. Desde ese punto de vista, la
fiesta posibilita auto-reconocerse en la diferenciación
con la cultura del otro, en los espacios de confrontación
que la fiesta o el espacio festivo posibilitan. Y desde esa
perspectiva, se constituye en un mecanismo de defensa frente a
cualquier amenaza o riesgo de
desaparición.

Pero para que la fiesta sea escenario de
construcción, afirmación preservación y
fortalecimiento de identidad, y al mismo tiempo medio de
afirmación social de los grupos humanos, es indispensable
que se le presente y defienda en su sentido original, como
espacio cultural, en donde se exaltan los factores
identificadores de la cultura local y estos sean ofrecidos a
propios y extraños como elementos propios de la cultura de
referencia, que revelan su propio rostro para que la comunidad
local o regional encuentre en ellos el reflejo de su propio ser y
de su ethos y sean reconocidos, valorados y respetados por los
demás.

No se trata de cerrar la fiesta con sentido
endogámico, excluyente y chovinista. Por el contrario,
abrirla, para que la cultura local tenga la oportunidad de ser
exaltada, valorada y evaluada; y tenga así, la
ocasión de compararse en diálogo
intercultural con otras expresiones, para que de allí
salga enriquecida y fortalecida.

Es en ese sentido como la fiesta cumple la
función social que le corresponde como protectora y
guardiana de la identidad, que la escenifica y fortalece sin
desvirtuarse como farsante que comercia con ella y sus elementos,
sin beneficio de inventario,
ofreciéndose en subasta al primer postor, que en nombre de
la sociedad de consumo ofrece a cambio oropeles y abalorios. Este
es el cuidado que deben tener los líderes y promotores
festivos, detrás de los cuales siempre hay una
pléyade de publicistas, promotores comerciales,
vendedores, comerciantes, operadores, impulsadores y otros
especímenes de la fauna comercial,
que ven en el escenario festivo el espacio más propicio
para dinamizar la dialéctica trial de
producción-venta-consumo.

La fiesta y los espacios festivos de una sociedad, por
ser patrimonio sagrado del colectivo. Su forma, expresión
y manifestación, no pueden estar supeditadas a los
intereses de los mercaderes de la cultura que saturan los
escenarios y espacios propios de las diferentes expresiones con
una publicidad aplastante, reduciendo posibilidades a las
expresiones y creaciones locales o relegándolas a segundo
plano, para poner en primer plano los estereotipos que buscan
imponer como íconos sacralizados de su política
consumista.

Ser conscientes de ésta realidad, asumirla como
compromiso de vida y luchar por defender sus postulados, es el
compromiso que debe asumir todo promotor cultural que se dedique
a incentivar fiestas y festivales, para que su quehacer se
revierta en beneficio de su realidad y su cultura y no en
instrumento al servicio de
intereses extraños.

Valledupar, Colombia,
septiembre de 2009

Obras
consultadas

COPI, Irving M. y COHEN, Carl. Introducción a la lógica.
México: Limusa, 2002

COULANGES, Fustel de. La ciudad antigua. Bogotá:
Panamericana, 2007

HESSEN, Johannes. Tratado de filosofía, Tomo I. Madrid:
Herder, 1978

JAEGUER, Werner. Paideia. México: FCE,
2001

NAVARRO, Joaquín, et. Al. El mundo de la
música, grandes autores y grandes obras. Madrid:
Océano, 2000

REPÚBLICA DE COLOMBIA. INSTITUTO COLOMBIANO DE
CULTURA, COLCULTURA. Para un mundo posible. Bogotá:
Colcultura, 1993

 

 

 

 

 

 

Autor:

Simón Martínez
Ubárnez

Licenciado en Filosofía, Magister en
Filosofía y Letras, Experto en Política y Administración Cultural; Diplomado en
gestión cultural.

Catedrático de Filosofía de
la Cultura y Filosofía del Derecho.

[1] Cfr. COPI, Irving M. y COHEN, Carl.
Introducción a la lógica. México: Limusa,
2002, pp. 357-369

[2] . Cfr. HESSEN, Johannes. Tratado de
filosofía, Tomo I. Madrid: Herder.

[3] . El Principio de identidad, junto con el
de Tercero excluido, hacen parte de los Primeros Principios de
la lógica aristotélica, los cuales fueron
complementados por Leibniz, con el Principio de Razón
suficiente.

[4] . Este documento fue elaborado en 1993,
por un grupo de expertos culturales, como fundamento para la
definición de una política cultural estatal.
Éste instituto desapareció en 1997 para dar paso
a la creación del Ministerio de Cultura.

[5] . NAVARRO, Joaquín, et. Al. El
mundo de la música, grandes autores y grandes obras.
Madrid: Océano, s f p 6.

[6] . COULANGES, Fustel de. La ciudad
antigua. Bogotá: Panamericana, p. 183.

[7] . Cfr. JAEGUER, Werner. Paideia.
México: FCE, 2001, p. 420

[8] . Olimpia era un centro religioso ubicado
en el Peloponeso, dedicado en un principio al culto de Zeus
Olímpico y más tarde a Hera. En su estadio
tenían lugar los juegos gimnásticos pan
helénicos, que más tarde fueron conocidos como
juegos
olímpicos, que implicaban días de tregua en
las luchas y eran una exaltación de la cultura
panhelénica

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